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Carlo va delante, linterna y martillo en mano. Hosni lo
sigue de cerca, con el yugo preparado para contener cualquier amenaza. Hay un
silencio sepulcral y cada roce de la ropa parece un estruendo que se pierde en
ecos por el hueco de la escalera. Carlo ilumina el frente con pulso firme. Han
hecho esto muchas veces, aunque nunca las suficientes. La luz dibuja en el lienzo
penumbroso manchado de partículas de polvo en suspensión unos peldaños de mármol cubiertos de hojas secas. Un breve tramo
conduce al vestíbulo de los buzones y, más allá, al fondo, dos puertas de
ascensor quietas. En los buzones aún están escritos los nombres de los
inquilinos. Carlo reconoce algunos de los días en que se los encontraba en el
supermercado o en el quiosco de Antonia. Algunos de ellos están en el barrio,
desempeñando alguna función, sobreviviendo, pero la mayoría han desaparecido. Lo hicieron
durante el caos del estallido y los días posteriores. Para Carlo, los nombres
de los buzones son como obituarios sospechosamente dispuestos como los nichos de un cementerio.
Suben muy despacio, afianzando cada paso, tragando la poca
saliva que les queda en la garganta. Tienen que obligarse a no contener la
respiración, a respirar con suavidad. Procuran no aplastar las hojas secas que
ha colado el viento otoñal, pero también hay polvo acumulado. Lo que, en
circunstancias normales, no hubiese sido más que un leve crujido se antoja
ahora como un estallido, una alarma de proximidad. Nada en el portal indica que
haya habido actividad reciente, pero solo están llegando a la primera planta.
Ven asomar dos puertas a medida que coronan el
tramo de escaleras. Los dos recolectores se paran un momento mientras Carlo
recorre con la linterna lo poco que puede abarcar. No les hace falta
comunicarse para mantener un ritmo perfecto. Las puertas están cerradas. La
idea es encontrar una abierta o parcialmente forzada. Cuanto menos ruido, mejor.
Suben y tuercen en el rellano. La luz revela otras dos
puertas. Esas dan a la zona donde espera Rubio, abajo en la calle. Hay que intentarlo. También
están cerradas, pero Carlo va a probar suerte. Se coloca la linterna entre los
dientes y se saca una vieja tarjeta de crédito. La pasa entre el marco y la
puerta para comprobar que está el cerrojo echado. Mala suerte. Que esté echado
significa dos cosas: que les llevará más tiempo y escándalo forzar y que es
probable que haya alguien dentro. Husmea el aire. No está seguro.
Pasan a la puerta de al lado. Es más antigua, de las
originales que se pusieron cuando se construyó el bloque hace treinta años. No
está reforzada. Pasa la tarjeta y comprueba que no hay cerrojo. Carlo pasa la
linterna a Hosni y se echa mano al cinturón de herramientas. Empieza a sudar.
La adrenalina inunda su torrente sanguíneo y lo mantiene alerta, pero también
le hace temblar cuando se trata de tareas de precisión. Un destornillador muy
fino y un alambre le bastan para tantear la cerradura. Ésta cede a los veinte
segundos.
Clic.
La atmósfera hiede al almizcle de la muerte. Los dos
recolectores se tensan. Hosni aprieta el hombro de Carlo. Las cortinas
amortiguan la escasa luz diurna que se cuela por los ventanales del salón que
se extiende más allá del pequeño recibidor. El piso parece relativamente
ordenado. A la izquierda se abre una pequeña cocina inundada en penumbra. Antes
de proceder a registrarla, Carlo hace una pasada con la linterna. Limpia. Hay
que comprobar el resto la casa. Los dos avanzan hasta el salón. Muebles
antiguos, muchas fotos en aparadores y estanterías. Diríase que es la casa de
un anciano. No hay nadie en el salón; no se oye nada, pero Hosni repara en un
bulto en el extremo más alejado de la puerta. Hay algo tirado en el suelo.
Carlo enfoca con la linterna y resulta ser el cadáver semidescompuesto de un
pequeño yorkshire. Al menos ese no intentará acabar con ellos. Los perros no
vuelven. Solo los humanos.
A mano izquierda se abre un pasillo con tres puertas. Los
dos avanzan con cautela y registran los dormitorios. Uno sirve de trastero y
está revuelto, pero no parece que lo hubieran saqueado, sino que alguien
hubiese estado buscando cosas apresuradamente. La gracia está en el segundo
dormitorio: hay una cama de matrimonio con cabecero antiguo de madera sobre la
que reposa una maleta abierta a medio hacer. En el centro de la estancia una
silla de ruedas que da la espalda a la entrada. En la silla de ruedas una
persona inerte. Aquí el olor es más fuerte.
Nada más poner un pie en la habitación, el pellejo de la
silla de ruedas sufre un espasmo, como si hubiese notado el calor humano y se
le hubieran encendido todos los sentidos de golpe. Los pellejos dormitan o hibernan, como un
ordenador en suspensión, hasta que perciben algo por lo que merezca la pena
moverse. Es una anciana que ha sufrido los estragos de la muerte animada. En
ese mismo momento, se escucha un retumbar en la planta superior. Alguien se
arrastra allí arriba, alguien que hasta el momento había guardado un absoluto
silencio. Es como si hubiese caído al suelo y estuviese arañando el parqué. Tienen
la escalofriante sensación de que una cacofonía de ruidos se extiende por los apartamentos colindantes hasta donde les llega el oído. Piezas de dominó que caen una tras
otra. La ratonera parece albergar horrores todavía, pero ¿cómo demonios ha
podido despertarse todos a la vez?
Avanzan con cautela. La anciana va vestida como si fuese tomar un vuelo en cualquier momento. Vana pretensión. El pellejo animado gira la cabeza con vehemencia,
haciendo chasquear la mandíbula como un cepo al olor de la carne mientras husmea el aire con avidez. Cuando los
recolectores la rodean, ella los mira fija e inexorablemente. Sus ojos han
perdido cualquier resquicio de humanidad, sustituida por un feroz instinto depredador. Es como
si el humor vítreo se hubiese solidificado y mutado en un cuadro abstracto de
colores apagados tendentes al dorado. Solo la parálisis que la ancló a la silla evita que esa
aberración se lance a por ellos. Levanta los brazos dejando caer al suelo un marco con
una foto familiar. Por lo visto, los suyos nunca llegaron a recogerla. Quién sabe
si no sobrevivieron o salieron huyendo, abandonándola a su suerte. No sin un
pinchazo de tristeza, Marco se imagina a la pobre desvalida aguardando en su
casa mientras contempla cómo el mundo se va a la mierda por la ventana. Se la
imagina haciendo un último viaje a la habitación donde está preparando la
maleta y darse cuenta de que ya no hay lugar para la esperanza. Se la imagina
dejando caer los hombros, consciente de su impotente condena a una silla de
ruedas. Se la imagina aferrándose a una foto y llorando en la soledad, mientras
los gritos de horror se suceden a su alrededor, en un edificio que está mutando
en ratonera. No pueden evitar pensar en sus propios padres, de los que no saben nada. Un leve siseo se escapa de su boca y pueden ver cómo la lengua
acartonada se mece dentro como un parásito. Los golpes en las paredes aledañas se intensifican.
—Joder, ya lo saben todos —se queja Hosni—. Voy a comprobar
la puerta, no quiero que nos quedemos atrapados.
Carlo se queda mirando al pellejo. Es la primera vez que
puede detenerse a inspeccionar a una de esas cosas con calma, como cuando contemplas una fiera en un zoológico. Siente una estimulante mezcla de pavor, asco y curiosidad.
—La virgen —murmura, abstraído, manteniéndose a una
distancia segura. Sus siseos son como los de una serpiente y comprueba que la
lengua empieza a humedecerse de una sustancia marrón oscura y viscosa que pronto
impregna también sus dientes podridos. ¿Segregan la toxina contagiosa a
voluntad, o les pasa como los humanos con la saliva cuando huelen la comida?
Pero algo le hiela la sangre. Una de las veces que la
anciana abre la boca desmedidamente, tiene la sensación de ver algo agitarse
frenéticamente en el fondo de su garganta, algo que no debería estar ahí. La
lengua se retrae un instante y luego sale despedida hacia el recolector, recorriendo una distancia imposible. Carlo
reacciona como un resorte y cae hacia atrás cuando la lengua ocupa el espacio
donde un segundo antes había estado su cara.
—¡Figlia di puttana!
—grita instintivamente y empuja de una patada la silla de ruedas lejos de sí.
La anciana se agita con creciente vehemencia mientras sale
rodando y se choca de espaldas contra la pared del fondo, agitando el pelo revuelto como una poseída en una escalofriante parodia de su extinta elegancia. Su
lengua, que se ha extendido unos treinta centímetros como un abyecto tentáculo
negruzco, se retrae ágilmente hasta la boca, como una culebra que vuelve a la
madriguera. Carlo contiene las náuseas, echa mano de su arma larga y, sin
pensarlo dos veces, se incorpora y arremete contra ella para clavarle la punta en el cráneo. Empuja con fuerza y retuerce. La anciana se
queda inmóvil, mientras una pus negra desborda la herida y le cae por los ojos, aún abiertos y prendidos del ansia. Luego se sacude en espasmos antes de morir definitivamente. Descansa en paz,
abuela.
Los ruidos cesan de repente, como si todo hubiese sido una
pesadilla. La ratonera vuelve a estar en calma. Carlo permanece de pie,
resoplando mientras contempla al pellejo muerto y su mente entra en una espiral
de preguntas, hipótesis e incertidumbres a raíz de lo que acaba de ver. ¿Qué
cojones ha pasado?
Hosni vuelve apresuradamente, se queda quieto en el umbral ante a estampa.
—Ha parado de golpe. ¿Qué cojo…?
—Yo también me lo pregunto —resopla Carlo—. ¿Viene algo?
—Creo que no. Es como si no hubiera pasado nada —dice Hosni
con gesto de no creérselo.
—Pues vaya si ha pasado, la muy zorra… Oye, no te fíes.
Ahora saben que estamos aquí. Quizá haya alguno suelto en las plantas superiores. No creo que tarde mucho en bajar. Tenemos que darnos prisa.
El resto de la casa está limpia, así que deciden ir a la cocina y
empezar a cargar. La pobre mujer ha hecho los deberes por ellos. En cuatro
bolsas de plástico hay metidas latas de comida, fruta envasada, paquetes de
garbanzos, pastas y galletas. A Carlo ya no le parece tan zorra . Un regalo del cielo. Se apresuran a meter las bolsas en la caja de
madera y registran todos los armarios. Quedan algunas cosas útiles: cereales
deshidratados, café, botellas de agua mineral… El resto da como resultado unas
cuantas pilas de los mandos a distancia y ropa de abrigo. El calzado también le
servirá a alguien.
Hosni vuelve al cuarto trastero para echar un último
vistazo. Un montón de cajas con electrodomésticos inservibles, recuerdos de
familia, lámparas, algunos cofres con alhajas de épocas mejores. Nada. Se
dispone a darse la vuelta para salir pero algo le llama la atención por el
rabillo del ojo. Un bulto cuadrado tapado con una manta cubierta de polvo.
Hosni, que ha desarrollado un instinto para el pillaje desde la infancia, se
acerca lentamente. Un zumbido en los dedos mientras los estira para destapar el
bulto le dice que ahí hay algo interesante.
—¡Carlo! —llama con un fuerte susurro.
Carlo ha terminado de bajar la caja atada con la cuerda hasta la posición de
Rubio por una de las ventanas. Desde la escasa altura del piso ya se nota el
caos, el abandono y la destrucción de la ciudad.
—¡Carlo! —insiste Hosni desde la habitación.
—¡Voy, joder! —chamulla entre dientes su compañero.
Cuando Carlo ha terminado, se reúne con Hosni en el
trastero. ¿Qué coño pasa? La pregunta se le evapora en alguna parte
de la garganta al ver el bulto.
—Vaya… —dice. Ambos lo miran con una mezcla de expectación y
desasosiego.
—¿Nos lo llevamos? —pregunta Carlo.
—Por supuesto —responde Hosni.
—Ni siquiera sabemos si funciona. Y si lo hace, ¿cómo
quieres que lo encendamos?
Hosni respira hondo. Los dos se toman un momento para pensar
en la respuesta. Y ésta se les presenta casi a la vez en forma de nombre: Johan.
Mmm... primer encuentro y se llevan una sorpresa (y yo con la lengua asesina...) Hay un cliffhanger interesante con lo del electrodoméstico misterioso.
ResponderEliminarInteresante, seguiremos leyendo...
Lo difícil no es ganar un lector, sino mantenerlo, y a fe que eres saludablemente exigente. Quizá te haga alguna consulta científica en el futuro ;) Por lo demás, ya he retocado el asunto que me comentaste por el otro lado. Muy acertado, por cierto. ¡Gracias!
EliminarDe nada... y consulta lo que necesites.
EliminarUn saludo
Me mola cuando se le da una vuelta de tuerca, o se aportan cosas nuevas, al género zombi, así que estoy encantado con los detalles que se están empezando a desvelar sobre los pellejos.
ResponderEliminar¡Qué ganas de leer el siguiente capítulo!
Muchas gracias, Manu ;) Ahora a ver cómo me las ingenio para salir airoso del berenjenal en el que me estoy metiendo XD
EliminarZombis y bichos, que bien casan. Y sobre ese electrodoméstico, encontrado en el trastero de una abuela, interesante. Por desgracia esto no es EEUU así que habra que olvidarse de alijos de armas. Aunque una visita a la Flecha de oro junto al rastro de Cascorro yo ya me hacía a ver si hay suerte y no a sido muy saqueado.
ResponderEliminarLa cosa va enganchando y la comunidad de personajes crece, cosa que me gusta.
Por cierto as pensado que utilicen algún código de color en su exploración. Ellos son la primerq oleada, los primeros en entrar, pero ya se a dejado caer que hay un grupo que asegura tras ellos. Tendrá sentido que estos llevasen un par de sprays o pegatinas para marcar lo que van limpiando un código de colir y dibujos simples por el que el grupo de limpieza al entrar sepa solo mirando que una puerta está cerrada, que en una casa había un muerto o que hay algo interesante que no se han podido llevar. Lo digo también por una perspectiva de pragmatismo, si les matan en el tercer piso, el trabajo hecho en el primero y segundo no muere con ellos, dejandoselo más fácil al que venga detrás.
¡Qué grande! Sí, señor, me encanta esa sugerencia y ya la he hecho mía. En futuros episodios haré referencia a este método de señalización. Me encantan estos feedbacks, enriquecen mucho la historia y explican por qué los guiones de las series los hacen un equipo de profesionales y no una sola persona. GENIAL.
EliminarMe alegra que te siga enganchando. Mi intención es que siga siendo así, por lo menos hasta finalizar la primera temporada.
Un abrazo, compañero.
eRES UN TIPO MUY CRUEL, mira que dejarme asi esperando que narices es el bulto....
ResponderEliminarJAJAJAJAJA. Imanol, de eso se trata :D. Te recomiendo que te vayas acostumbrando a los cliffhangers (con minúscula :p).
EliminarLo he estado pensando. Algo que una abuela tendría en su trastero. Lo típico que igual nisiquiera es suyo, quizás de un hijo o una nieta que lo dejo hay por qué no le entraba en casa y ya no lo usaba.
ResponderEliminarAsí que tras darle vueltas voy a apostar por que es un equipo de radio-aficionado. Un chisme muy del siglo pasado (joder que viejo suena, estaré llorando al fondo de la habitación)
¿Estarías dispuesto a apostar por ello? Lo sabremos en 1x03 ;)
EliminarMe encanta como hilas con la tensión. También las suposiciones sobre la vida anterior d los pellejos. Pero la lengua camaleón... ufff, me ha sacado un poco.
ResponderEliminarMuchas gracias por publicarlo!
Pues justamente en lo de la lengua discrepo, a mi me ha parecido más interesante y una forma de dar a entender a los vivos que no se deben fiar ni de un fiambre descabezado :)
EliminarGracias a ti por seguir leyendo, Jose. Cuando uno escribe asume riesgos, y uno de ellos era intentar aportar un toque de distinción con respecto al género. Para bien o para mal, ahora soy esclavo de mis propios planteamientos y ten por seguro que procuraré que la historia siga compensando a pesar de esos detalles que puedan sacarte de la tensión.
EliminarSergio, menos mal que contigo he acertado, porque sobre ese tema quería algún feedback por tu parte XD
Nos leemos ;)
Los riesgos que asumes es lo que realmente puede hacer la historia única. Y personalmente es lo que más me puede enganchar a tu proyecto, bueno, a la parte creativa del proyecto.
EliminarPero, a nivel de ambientación, el planteamiento de pellejos con distintos niveles de "evolución" nunca ha ofrecido relatos adultos, quizás recuerdan más a un género de videojuego.
Esto de antes es solo una reflexión personal y además estamos empezando para llegar a esta conclusión pero no me quedaba sin comentártelo. Para eso nos quieres por aquí, no? XD
Para cuando el 1x03?
Pues fíjate que a mí el tema de los distintos estadios de evolución de una "infección" siempre me ha llamado la atención. Abre mucho el abanico creativo e implica un conflicto dinámico que te obliga a no dormirte en los laureles de "apuntar a la cabeza y echar a correr". Cierto que es algo que han explorado más los videojuegos, precisamente porque tienen más tiempo narrativo que una película para ello. Y sinceramente me parece que algunos, como el genial The Last of Us ha hecho un trabajo mayúsculo que para nada me parece infantil, mas al contrario: sumamente inquietante.
EliminarPero tienes razón, por eso disfruto de vuestros comentarios, aunque no es la única razón. Compartir con mentes afines siempre es estimulante ;)
Un abrazo y gracias por pasarte :)
Pues Don Omar estoy deseando ver a donde llegas en esas características de los pellejos. K aunque reticente no estoy en contra en absoluto como lector. Saludako!
EliminarYo también querría saberlo, don Jose XD De momento estoy trabajando en el siguiente, que pretendo tener listo para mediados de la semana que viene ;)
EliminarUn abrazo :D
Me ha encantado, tenía muchas ganas de leerlo aunque el trabajo me ha hecho tener el relato marcado para leer demasiado tiempo. Menos mal que eso ha permitido que tenga en la lista de pendientes de leer la continuación y dentro de un rato seguiré leyendo.
ResponderEliminarLa tensión que transmite el relato está muy lograda. Sigue así ;)
Me alegro que te haya gustado, Isaías. Como buen fan del género eres como la prueba del algodón. No sé si podré mantener el ritmo de la tensión, pero por empeño no podrá decirse. Nos leemos ;)
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