(1.540 palabras)
Óscar baja el cómic que está leyendo por enésima vez cuando
oye que llaman a la puerta de su casa. Afina el oído y yo a su madre abrir y
los murmullos en el rellano. Es una voz de hombre, con acento. Ya no reciben
vivistas. Es extraño.
Desde que se ha ido la luz, la habitación de Óscar se ha
convertido en un museo de formas de entretenimiento de principios del siglo
XXI: varias consolas, un ordenador sobremesa, varios portátiles, un par de
tablets, una pantalla de veinte pulgadas y un televisor plano de treinta y dos.
Eso sin contar periféricos, mandos, guitarras de juguete, videojuegos y todo
tipo de cachivaches informáticos, como discos duros, memorias USB, auriculares…
Desde el establecimiento de la comunidad, Óscar se encierra en su cuarto. Si
cuando el mundo era normal, el adolescente de veintiocho años, barba rala,
sobrepeso, gafas de pasta y calvicie declarada temía a sus congéneres humanos
más que a una plaga, ahora mucho más.
Le inquieta que las voces se estén acercando. Joder, ¿por
qué vienen a su cuarto, si no tiene amigos?
La madre de Óscar llama a la puerta y abre tímidamente, pero
quien viene por detrás le ayuda a hacerlo con más decisión.
—Hijo —dice la mujer canosa en bata de andar por casa y
aspecto cansado—, ha venido Juanito a verte.
Antes de que Óscar pueda quejarse, Johan se adelanta a la
señora Elvira y se lo queda mirando fijamente.
—Buenas, Óscar. Cámbiate, que te vienes conmigo.
Óscar está mortificado. Sostiene el cómic como si fuese un
escudo que fuese a librarle de la presencia de ese intruso. Como casi siempre,
va en pijama y descalzo.
—¿Johan? —balbucea—. ¿Ir contigo? ¿Adónde?
—Te cuento por el camino.
—Pero yo no sé hacer nada. No sé por qué quieres…
—Sabes apretar botones y hablar… Aunque ahora no parece que
se te dé muy bien, ¿eh? —Johan guiña un ojo, pero su expresión no denota humor,
sino apremio—. Vamos, que no tenemos todo el día.
—Paso —niega Óscar—. No tengo por qué ir a ninguna parte.
—Hijo… —interviene la señora Eliva—. Podrías acompañar a
Juanito. Te vendrá bien tomar el aire un poco, que no sales nada.
—¿Mamá? ¡Hola! ¡No hay ningún sitio al que ir! Estamos
viviendo un apocalipsis zombi de proporciones insospechadas. No me vengas ahora
con que no salgo y no tengo amigos, joder. Seguro que están todos muertos.
—No jodas, anda —dice Johan con su acento polaco—, que lo
que comes no sale gratis. Aquí todos arrimamos el hombro.
—Paso. —Y vuelve a esconderse detrás del cómic, cerrando los
ojos con fuerza para que desaparezca como por encantamiento.
—Hijo…
—¡Que no!
—Oye, chico —dice Johan sin perder la paciencia—. Tienes
tres opciones: vienes voluntariamente, te levo a rastras del pelo o te
confiscamos todos esos libros tuyos para hacer hogueras de noche. El invierno
aprieta.
Óscar piensa en su colección de cómics y manuales de juegos
de rol. Es su tesoro, lo más preciado del universo tal como está. Sería capaz
de pasar hambre antes que perder su reserva más valiosa, o eso cree.
—La hostia. ¡Vale, de acuerdo! Pero dejadme solo para que me
vista.
—Vente abrigado.
***
A Óscar le ha costado subir hasta la azotea del edificio
donde Johan tiene su taller particular. Resopla como un caballo después de
haber corrido en el hipódromo. Johan lo mira mientras se recupera apoyado en
una pared de pintura desgajada. «Espero
que nunca tenga que correr para salvar la vida»,
se dice el polaco.
—¿Estás bien? —le pregunta.
—Sí… Sí… Ya… mejor…
Cuando Óscar alza la mirada, ve ante sí el típico puesto de
vigilancia en azotea, salvo que Johan lo ha modificado, construyendo una
especie de cobertizo con unas maderas y una lona. En el interior hay una mesa,
una silla y un viejo sillón del que se le sale algún que otro muelle. Mantas y una
caja llena de comida de diversa índole y una linterna de gas completan el
cuadro.
—¿Qué coño es esto? —pregunta Óscar, súbitamente alarmado.
Sabe que va a tener que hacer algo en relación con eso.
—Mira lo que hay en la mesa.
—¿Es lo que creo que es?
Los dos se acercan lentamente a la emisora de radio que
Carlo y Hosni encontraron en las torres. Reposa tranquila conectada a un
intrincado circuito de cables que pasan por varias baterías de coche alineadas
bajo un cobertizo independiente.
—Me ha llevado lo mío encontrar las baterías y organizarlo
todo, pero ya está. No tenía cable suficiente para conectar la antena y dejar
la emisora en uno de los pisos, así que me temo que tendrás que quedarte aquí
arriba.
Óscar se toma un momento para asimilar la información.
—¿Aquí? —suelta finalmente a la cara monótona de Johan, que
está deseando irse para terminar de acondicionar la vieja clínica veterinaria—.
¡Pero si aquí estaré a la intemperie! ¡Hace frío! ¡Puede llover!
—Por la lluvia no te preocupes, esto aguanta —señala Johan a
la lona—. Pero te traeré más mantas.
—¿Para esto he salido de casa? ¿Para coger una pulmonía?
Johan aprieta la mandíbula.
—Como la que se arriesgan a coger todos los que salen cada
día para traer la comida que ves en esa caja. Estás aquí para sobrevivir, como
todos. El barrio te necesita y va siendo hora de que hagas algo útil. —Lo
agarra del brazo y lo sienta en la silla—. Mira, este es el dial digital. Ve
cambiando de frecuencia cada dos o tres minutos. Pulsa este botón y habla al
micrófono. Pero, lo más importante: escucha atentamente si se produce alguna
respuesta. En ese caso, avisa.
Óscar vuelve a quedarse callado, contemplando el amasijo de
botones y diales, tratando de asimilar no solo los datos, sino los reproches de
Johan, que en el fondo sabe justos.
—¿Cómo aviso?
Una voz aniñada surge de una de las esquinas de la azotea.
—Me dices lo que quieres que diga y me voy corriendo a
decirlo.
Es Rubio. Está sentado sobre un murete que da a la calle.
Las piernas le cuelgan, delatando unas Converse azules atadas con triple
lazada.
—Hombre, Rubio…
—Qué pasa, tío.
—Lo dicho —dice Johan antes de enfilar la puerta de bajada—.
Intentaré relevarte en cuanto pueda, pero no hay mucha gente libre, así que
hazte a la idea de quedarte un tiempo aquí. Si refresca mucho, bajaos a mi
piso, en el primero A, que tampoco es cuestión que os muráis de frío.
—Tranqui —dice Rubio. Óscar no se atreve a pronunciar
palabra.
Cuando Johan se ha marchado, Rubio se recuesta en el sillón,
rebuscando en la caja algún chupa chups, pero sin demasiado éxito. Óscar agarra
el micrófono y enciende el aparato. Un ruido blanco se apodera de la azotea.
Oprime el botón de envío y el sonido cesa momentáneamente.
—Eh… ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Me reciben? Estamos vivos.
***
El centro comercial de La Vaguada ocupa unas tres manzanas y
está rodeado de un caos de vehículos desahuciados. Su fachada blanca empieza a
dejarse comer por las plantas trepadoras y el jardín botánico, antaño elementos
decorativos que hoy han cobrado vida, paradójicamente cuando el mundo ha
muerto. A medida que Emilio, Carlo y Hosni se han ido acercando al lugar, se
han encontrado con algunos pellejos, aunque no tantos como esperaban ver. Cada
vez están más convencidos de que el frío les hace esconderse.
Están agazapados en uno de los parques que bordean la
avenida de la Ilustración, frente al lado norte del centro comercial. Carlo y
Emilio otean la zona con sus prismáticos mientras Hosni vigila las
inmediaciones para que nos les sorprenda un pellejo. Y, hablando de pellejos,
casi todos se acumulan en la plaza de Ginzo de Limia con Monforte de Lemos,
menguando en número a medida que se alejan de allí. Están quietos, como
hibernados. Miran al suelo o pierden la vista en el horizonte. Emilio se
sorprende pensando en ellos como trampas de ruido para alertar a un número
mayor de los suyos. Tanta sofisticación le parece absurda, pero toma debida nota. A
este lado apenas hay algunos desperdigados, como los que encontraron a la
salida del túnel.
—Creo que podríamos entrar por el parking —dice el
exlegionario—. Podemos ir de coche en coche para acercarnos en silencio. El
césped y los setos han crecido mucho. Nos podemos esconder.
—Salvo que nos huelan —dice Hosni con el ceño fruncido—. No sabemos
tampoco cuántos hay en el parking. ¿Y si están concentrados ahí abajo porque
hace más calorcito?
—Tampoco sabemos los que hay dentro del propio centro
comercial y allí vamos, ¿no? —responde Emilio, quitándose los prismáticos de la
cara y mirando a Hosni—. Siempre podemos volver al barrio.
—No seáis tontos. Hay que entrar —dice Carlo.
—Pues tenemos dos opciones —propone Emilio—: el parking o
una de las entradas, la más cercana.
Se hace el silencio mientras los tres sopesan las opciones.
—Tú eres el estratega, Emilio —dice Carlo—. A mí todas me
parecen igual de jodidas…
—La hostia puta… Luego me decís que no se me ocurra decir
nunca que esto no es una democracia. Anda que no sois listos.
Capítulo bien tranquilo donde nos presentas a un nuevo personaje y vemos el intento de contactar con alguien usando la radio.
ResponderEliminarPor otro lado, nos has enseñado brevemente la Vaguada (el segundo centro comercial que visité cuando me vine a vivir a Madrid), estoy deseando saber que se encuentran dentro.
El capítulo a pesar de que no tiene acción es rápido de leer y se pasa demasiado pronto. Me gusta que de haya capítulos más tranquilos mezclados con otros con algo más de acción.
Sigue así ;)
Me gusta intercalar momento donde puedo definir mejor a los personajes con situaciones de tensión. Es más, casi prefiero que la fuente de la tensión quede como elemento de fondo omnipresente. Óscar es la forma de que muchos lectores se sientan identificados (no vamos a negar que el público mayoritario que lee VIVOS es de tendencia friki), aunque admito que he exagerado los tópicos. Me alegro que te siga gustando Isaías.
EliminarEl arquetipo friki español XD, no está nada mal... al menos va a ser útil y todo. Al final consiguen echar a andar la radio, mola.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de los zombis "no activos", por especular... ¿podría ser porque el virus que los ha formado está entrando en una nueva fase?
Un saludo
Lo cierto es que mi idea iba por otros derroteros, aunque lo que comentas ya lo tengo contemplado, y la verdad es que me has dado pie a desarrollarlo de una manera interesante. En todo caso, cuenta con que la "causa" de este mal no permanece estática ;)
EliminarCada vez me trasmites más fluidez y cómodidad, es la sensación que me da.
ResponderEliminarPor ejemplo, en capítulos anteriores a veces he encontrado cosillas (alguna palabra, algunas estructura o alguna decisión) que me ha sacado del relato para pensar en ti como escritor (¿Esta palabra la ha pillado de un diccionario pero le es ajena ?¿Que ha querido decir aquí? ¿Cual es la intención de lo que ha dicho tal PJ?). Pero llevo dos capítulos que no me ha pasado.
Un fan.
Pues mira que no tengo la sensación de haber sido especialmente "preciosista" con el lenguaje, ni antes ni ahora, pero vaya, me alegra que te vayas sintiendo cada vez más cómodo con la lectura. Espero que la tendencia se mantenga ;)
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