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miércoles, 26 de abril de 2017

1x11: Conversaciones inacabadas


Llaman a la puerta. Rosa acude de mala gana mientras se ata la cinta de la bata apresuradamente. Llaman con insistencia. Rosa teme que haya pasado algo y traga saliva, tratando de encontrar el temple de líder allí donde lo dejara, antes de descorrer el cerrojo y abrir la puerta. El corazón pega un brinco con cada nueva sucesión de porrazos.

—Ya va, ya va —trata de apaciguar al impaciente que hay al otro lado de la puerta. Observa por la mirilla que es Clara. No parece muy contenta.

—¡Ese puto italiano se cree que los demás están para jugar a sus juegos! —restalla Clara entrando en la casa de Rosa sin casi mirarla. Ya en el salón, se da la vuelta y sigue—: Si vuelve vivo, juro que lo mato.

—Hola a ti también —dice Rosa, recomponiéndose como puede. Echa una mirada furtiva a la puerta entreabierta de su habitación antes de cerrar la del piso y echar el cerrojo de nuevo. Cuando vuelve a mirar, la puerta de la habitación está cerrada. Suspira imperceptiblemente.

Hace un poco de frío, ya que la estufa de queroseno está apagada. Clara no lo nota porque va con el plumas puesto y tampoco repara en que las mejillas de Rosa están sonrosadas a pesar de todo. Está claro que le domina un  frenesí irracional que le recuerda al Emilio de hace décadas.

—Cálmate y dime qué pasa.


viernes, 7 de noviembre de 2014

1x10: Nicolás


Rubio sueña con un chupachups mientras Óscar dormita delante de la radio emisora, recorriendo perezosamente por las frecuencias. Hace un rato ya que no escucha con demasiada atención. En el fondo sabe que la probabilidad de dar con una señal es nimia y se pregunta por qué perder el tiempo y arriesgarse a pillar un resfriado con la escasez de antibióticos que hay.

Rubio, sin embargo, es ajeno a todo eso. Aunque en su interior hay un superviviente nato, aún ve la vida como un juego, o quizá es su forma de defenderse de la gélida realidad que a todos envuelve. Carlo nunca le ha recriminado eso porque cree que, en el fondo, es lo que le ha mantenido vivo. Y porque nunca ha querido ser su padre. Aburrido, el muchacho se dirige hacia el borde de la azotea y se encarama al parapeto para recorrerlo de parte a parte haciendo el equilibrio. Cuando Óscar se da cuenta, abre los ojos desmesuradamente y su cuerpo hace el ademán de levantarse.

miércoles, 9 de abril de 2014

1x06: ¿Hay alguien ahí?


(1.540 palabras)

Óscar baja el cómic que está leyendo por enésima vez cuando oye que llaman a la puerta de su casa. Afina el oído y yo a su madre abrir y los murmullos en el rellano. Es una voz de hombre, con acento. Ya no reciben vivistas. Es extraño.

Desde que se ha ido la luz, la habitación de Óscar se ha convertido en un museo de formas de entretenimiento de principios del siglo XXI: varias consolas, un ordenador sobremesa, varios portátiles, un par de tablets, una pantalla de veinte pulgadas y un televisor plano de treinta y dos. Eso sin contar periféricos, mandos, guitarras de juguete, videojuegos y todo tipo de cachivaches informáticos, como discos duros, memorias USB, auriculares… Desde el establecimiento de la comunidad, Óscar se encierra en su cuarto. Si cuando el mundo era normal, el adolescente de veintiocho años, barba rala, sobrepeso, gafas de pasta y calvicie declarada temía a sus congéneres humanos más que a una plaga, ahora mucho más.

lunes, 27 de enero de 2014

1x02: La ratonera (II)


(2.134 palabras)

Carlo va delante, linterna y martillo en mano. Hosni lo sigue de cerca, con el yugo preparado para contener cualquier amenaza. Hay un silencio sepulcral y cada roce de la ropa parece un estruendo que se pierde en ecos por el hueco de la escalera. Carlo ilumina el frente con pulso firme. Han hecho esto muchas veces, aunque nunca las suficientes. La luz dibuja en el lienzo penumbroso manchado de partículas de polvo en suspensión unos peldaños de mármol cubiertos de hojas secas. Un breve tramo conduce al vestíbulo de los buzones y, más allá, al fondo, dos puertas de ascensor quietas. En los buzones aún están escritos los nombres de los inquilinos. Carlo reconoce algunos de los días en que se los encontraba en el supermercado o en el quiosco de Antonia. Algunos de ellos están en el barrio, desempeñando alguna función, sobreviviendo, pero la mayoría han desaparecido. Lo hicieron durante el caos del estallido y los días posteriores. Para Carlo, los nombres de los buzones son como obituarios sospechosamente dispuestos como los nichos de un cementerio.

martes, 21 de enero de 2014

1x01: La ratonera (I)


(2.196 palabras)

Antes de emprender una incursión, los recolectores se toman un tiempo para meditar. No es como salir de casa un día cualquiera, a sabiendas de que volverás a las diez horas. Los «días cualquiera» se han extinguido como las certezas intrínsecas de la civilización. En momentos como éste, te subes a la barricada exterior y te permites un último momento de intimidad. Si eres creyente, invitas a tu dios a compartir contigo la amalgama de sensaciones agridulces que te embargan antes de  dejarte en manos de un mundo que solo ansía tu aniquilación. Por un lado, no sabes si volverás, pero por el otro te cuesta resistirte a la excitación del reencuentro de tu cerebro más primitivo y la supervivencia pura. Aunque, eso sí, tienes que estar hecho de cierta pasta.

Es curiosa la pérfida belleza de un mundo desprovisto de seres humanos. La naturaleza no tarda casi nada en ponerse manos a la obra para borrar las cicatrices que ha dejado el hombre a su paso. Los árboles y los setos crecen descontrolados. El asfalto y las aceras se van agrietando poco a poco ante el empuje de raíces y hierbas, las alcantarillas que ya no tragan permiten la proliferación de pequeños lagos donde antes había plazas y parques. El aire ya no huele a contaminación y la brisa trae consigo un reconfortante silencio salpicado del canto de las aves. Pero, a veces, también trae consigo el murmullo de alguna multitud no muerta que se congrega en alguna parte de los alrededores, ululando al aire la quejumbrosa tonada de su hambre insaciable. Son cosas que, al principio, te quitan el sueño de cuajo, pero con las que aprendes a convivir.

miércoles, 15 de enero de 2014

1x00: Un día más en el paraíso


(1.736 palabras)

Entre las viejas antenas de televisión que ya no reciben ninguna señal han montado un cobertizo a modo de garita, para cuando llueve. Es la mejor azotea del barrio para controlar la autopista de cinco carriles que se extiende en el lado sur, más allá de una fuerte pendiente y las altas rejas de protección. Al otro lado, como si de la orilla opuesta de un río de asfalto inundado de carcasas vacías que un día fueron coches, se erige el complejo hospitalario universitario y, más allá, en un confín inalcanzable a la esperanza, las cuatro torres de oficinas del parque empresarial.

El día amenaza lluvia. Bien entrado el otoño, las jornadas se acortan y las horas de oscuridad se estiran en proporción. Aun así, la luminosidad molesta al ojo desnudo y Carlo lleva puestas sus gafas de sol de ciclista, uno de los pocos recuerdos que conserva de su pasado como prometedor corredor de bolsa y apasionado de los deportes de riesgo. Saborea el penúltimo chupachups de su particular cofre del tesoro. El último se lo ha pasado a Rubio. Rubio tiene doce años, es delgado, avispado y lleva ropa cómoda, sin objetos que hagan ruido y lo puedan delatar. Chupa ávidamente el caramelo. Cosas de la edad. Carlo, por su parte, lo paladea como una copa de vino. Cosas de la edad también. Siempre que puede, se hace con la compañía de Rubio. Es el mejor mensajero del barrio: corre como nadie, es ágil como una gacela y ya es un consumado practicante del parcour. Menos mal de Toni le enseñó antes de morir.