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miércoles, 26 de abril de 2017

1x11: Conversaciones inacabadas


Llaman a la puerta. Rosa acude de mala gana mientras se ata la cinta de la bata apresuradamente. Llaman con insistencia. Rosa teme que haya pasado algo y traga saliva, tratando de encontrar el temple de líder allí donde lo dejara, antes de descorrer el cerrojo y abrir la puerta. El corazón pega un brinco con cada nueva sucesión de porrazos.

—Ya va, ya va —trata de apaciguar al impaciente que hay al otro lado de la puerta. Observa por la mirilla que es Clara. No parece muy contenta.

—¡Ese puto italiano se cree que los demás están para jugar a sus juegos! —restalla Clara entrando en la casa de Rosa sin casi mirarla. Ya en el salón, se da la vuelta y sigue—: Si vuelve vivo, juro que lo mato.

—Hola a ti también —dice Rosa, recomponiéndose como puede. Echa una mirada furtiva a la puerta entreabierta de su habitación antes de cerrar la del piso y echar el cerrojo de nuevo. Cuando vuelve a mirar, la puerta de la habitación está cerrada. Suspira imperceptiblemente.

Hace un poco de frío, ya que la estufa de queroseno está apagada. Clara no lo nota porque va con el plumas puesto y tampoco repara en que las mejillas de Rosa están sonrosadas a pesar de todo. Está claro que le domina un  frenesí irracional que le recuerda al Emilio de hace décadas.

—Cálmate y dime qué pasa.


miércoles, 5 de marzo de 2014

1x04: Conoce a tu enemigo



(2.694 palabras)

Tomás se ha hecho un corte leve en el dedo mientras revisaba el motor de su Harley. A falta de la posibilidad de quemar gasolina en una recta interminable con destino incierto, que es lo que le gustaría, se pasa el tiempo libre revisando el motor, los frenos, la transmisión y cualquier tontería que se le ocurra. Cuando termina el ciclo, vuelve a empezar. Puede que su mula, como la llama, sea la última del mundo, pero también se ha propuesto que sea la que mejor funcione. El taller de Johan está muy bien pertrechado después de semanas de saqueo a los numerosos coches y motos abandonados que adornan el barrio como una postal que da repelús.

Por mucho que se quiera convencer de que el corte solo requiere de una tirita, la parte racional de Tomás le dice que debería aplicarse un poco de yodo, y para eso tiene que ir a lo que fue el ambulatorio de la Seguridad Social, actualmente el minihospital del barrio. Como siempre, en la puerta hay un par de hombres de Emilio. Tomás los reconoce de haber charlado más de una vez y compartido pitillos. Son buena gente a pesar de empeñarse en tener aspecto de matón. A los pellejos no les impresiona la guerra psicológica. Su presencia allí tiene más sentido habida cuenta de que el ambilatorio es también el almacén de uno de los bienes más preciados del barrio: los medicamentos y los botiquines. Cualquier cosa que sirva para curar algo, desde un resfriado hasta un corte profundo y, ya puestos, un balazo, está allí.

miércoles, 5 de febrero de 2014

1x03: Dilemas al anochecer


(2.364 palabras)

El economato. Los estantes de lo que antaño fuera el supermercado de una conocida franquicia contienen el tesoro más valioso del barrio. Todo está meticulosamente organizado: alimentos perecederos, envases y latas, ropa y calzado, herramientas, medicamentos, botiquines, combustible, agua potable embotellada, productos de limpieza, todo pormenorizadamente catalogado y supervisado por la única persona capaz de mantener la cabeza lo suficientemente fría entre tantas tentaciones. Todo dispuesto a lo largo de los pasillos inmersos en la penumbra salpicada por las ocasionales velas. 

Rosa se apoya contra un congelador que ahora sirve como cofre gigantesco para las chaquetas de invierno. Sostiene entre las manos una taza de té humeante, indulgencia que se permite de vez en cuando. La teína es de los pocos vicios que conserva de sus días de bibliotecaria de vieja escuela; eso y su enorme capacidad organizativa y la autoridad natural que mana de las personas que se han pasado media vida entre libros y estudiosos. Contempla la mesa de trabajo por encima de la montura metálica de sus gafas. Frente a ella, apoyado en uno de los estantes de herramientas, está Emilio, los brazos cruzados. Viste con su perenne mono azul sobre el que luce un chaleco de cazador con los bolsillos repletos. Se ha dejado la escopeta en la entrada. En el economato nadie entra armado. Él también fija la vista en la mesa. Junto a las chocolatinas industriales que estaba contando Rosa antes de colocarlas en su correspondiente lugar, hay un pequeño galimatías negro salpicado de interruptores, botones y diales.