Esta reseña apareció por primera vez el 20 de septiembre de 2010 en El Opinómetro.
"De repente, un estruendoso sonido metálico me dejó totalmente paralizado. Había sonado como si alguien hubiese tropezado con un archivador, un carrito o algo por el estilo, seguido de un prolongado gemido. El sonido parecía provenir de bastante lejos (juraría que un par de plantas más arriba) pero bastó para ponerme los pelos de punta.
(...)
El ruido del disparo parecía haber desencadenado una oleada de sonidos en todo el hospital. Puertas que se golpean, entrechocar de objetos, algo que se caía sonoramente contra el suelo (¿una camilla, quizás?) e incluso golpes sordos y apagados en los tabiques, conformando toda una sinfonía pavorosa. Y gemidos, sobre todo. Los putos gemidos. Cómo olvidarlos".
'Apocalipsis Z' es el vivo ejemplo de que el talento puede encontrarse con la suerte y dar lugar a un proyecto serio a partir de una idea muy básica. Manel Loureiro comenzó a escribir un relato de zombis en un blog con unas metas muy elementales. La historia, como es de suponer, pronto tomó las riendas y empezó a crecer por sí sola, convirtiendo un blog novelado en primera persona en una novela como dios manda, hasta el punto de atraer la atención de Dolmen Books, la editorial española hiperespecializada en zombis.
Reconozco que en esta fiebre literaria zombi que venimos padeciendo en los últimos tiempos, tiendo a huir de este género como de la peste. Se me activa un mecanismo de defensa en alguna parte del cerebro que me ahuyenta de los ríos revueltos, de la moda inseminada del monstruito de turno, sea zombi, vampiro, abogado, médico o cualquier animal de la variada fauna literaria. Es más, en múltiples ocasiones había pasado ante este libro, de viva cubierta roja, pensando irremisiblemente "otro libro de zombis, qué coñazo". Y, la verdad, es que no sé si es uno más, porque tampoco es que haya leído tantos, pero el caso es que a instancias de un amigo que no sólo se había leído éste, sino también la secuela, editada por Plaza y Janés, me armé de valor y lo compré. Hoy puedo decir que no me arrepiento.