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jueves, 8 de junio de 2017

1x13: En las negras entrañas


Racionan el uso de las linternas. No saben aún si los pellejos reaccionan a los destellos tanto como al ruido o al olor de una herida abierta. Caminan midiendo cada paso, notando el golpeteo frenético de sus corazones en los oídos. Entrecierran los ojos para intentar vislumbrar algo en la negrura del aparcamiento subterráneo, pero esta solo les devuelve el sonido de pasos arrastrados desde una dirección indeterminada.

—Juntos, juntos —apremia Emilio en voz muy baja. Todos saben que si se despistan aquí abajo pueden perderse. La disposición repetitiva del aparcamiento, sumada a la oscuridad casi absoluta, con la salvedad de los tragaluces por los que se cuela la luz de la calle, suponen el cóctel ideal para desorientarse y acabar donde no se debe. Emilio hace una señal a Carlo con los dedos para que no pierda de vista a Jesús. Conoce el lugar mejor que nadie y es el guía a todos los efectos.

miércoles, 26 de abril de 2017

1x11: Conversaciones inacabadas


Llaman a la puerta. Rosa acude de mala gana mientras se ata la cinta de la bata apresuradamente. Llaman con insistencia. Rosa teme que haya pasado algo y traga saliva, tratando de encontrar el temple de líder allí donde lo dejara, antes de descorrer el cerrojo y abrir la puerta. El corazón pega un brinco con cada nueva sucesión de porrazos.

—Ya va, ya va —trata de apaciguar al impaciente que hay al otro lado de la puerta. Observa por la mirilla que es Clara. No parece muy contenta.

—¡Ese puto italiano se cree que los demás están para jugar a sus juegos! —restalla Clara entrando en la casa de Rosa sin casi mirarla. Ya en el salón, se da la vuelta y sigue—: Si vuelve vivo, juro que lo mato.

—Hola a ti también —dice Rosa, recomponiéndose como puede. Echa una mirada furtiva a la puerta entreabierta de su habitación antes de cerrar la del piso y echar el cerrojo de nuevo. Cuando vuelve a mirar, la puerta de la habitación está cerrada. Suspira imperceptiblemente.

Hace un poco de frío, ya que la estufa de queroseno está apagada. Clara no lo nota porque va con el plumas puesto y tampoco repara en que las mejillas de Rosa están sonrosadas a pesar de todo. Está claro que le domina un  frenesí irracional que le recuerda al Emilio de hace décadas.

—Cálmate y dime qué pasa.


lunes, 21 de julio de 2014

1x09: Carne quemada

Solo se oye el resonar de sus respiraciones azuzadas por la adrenalina que invade sus venas. Apoyan la espalda contra la fría pared del corredor de ladrillo gris y se dejan caer hasta notar el aséptico suelo de linóleo en las posaderas. Por un momento no son conscientes de los golpes procedentes del otro lado de la gruesa puerta metálica, de que su anónima salvadora está echando todos los cerrojos, interponiendo una barra de metal y apuntalando lo único que les separa de una muerte segura con unos listones. Tampoco se han dado cuenta del tipo que les apunta con un revólver desde el otro extremo del pasillo mientras los embates contra la puerta suenan cada vez más a carne picada.

Emilio es el primero en percatarse y hace auténticos esfuerzos para dominar su agitada respiración. El que les apunta es un hombre recio, de unos cuarenta y pico, moreno, con la coronilla despejada. Luce el desgastado uniforme de una empresa de seguridad privada. Emilio se dispone a levantarse con las manos en posición conciliadora cuando el vigilante estira el brazo del revólver.

―Estás mejor sentado, prenda.

miércoles, 5 de febrero de 2014

1x03: Dilemas al anochecer


(2.364 palabras)

El economato. Los estantes de lo que antaño fuera el supermercado de una conocida franquicia contienen el tesoro más valioso del barrio. Todo está meticulosamente organizado: alimentos perecederos, envases y latas, ropa y calzado, herramientas, medicamentos, botiquines, combustible, agua potable embotellada, productos de limpieza, todo pormenorizadamente catalogado y supervisado por la única persona capaz de mantener la cabeza lo suficientemente fría entre tantas tentaciones. Todo dispuesto a lo largo de los pasillos inmersos en la penumbra salpicada por las ocasionales velas. 

Rosa se apoya contra un congelador que ahora sirve como cofre gigantesco para las chaquetas de invierno. Sostiene entre las manos una taza de té humeante, indulgencia que se permite de vez en cuando. La teína es de los pocos vicios que conserva de sus días de bibliotecaria de vieja escuela; eso y su enorme capacidad organizativa y la autoridad natural que mana de las personas que se han pasado media vida entre libros y estudiosos. Contempla la mesa de trabajo por encima de la montura metálica de sus gafas. Frente a ella, apoyado en uno de los estantes de herramientas, está Emilio, los brazos cruzados. Viste con su perenne mono azul sobre el que luce un chaleco de cazador con los bolsillos repletos. Se ha dejado la escopeta en la entrada. En el economato nadie entra armado. Él también fija la vista en la mesa. Junto a las chocolatinas industriales que estaba contando Rosa antes de colocarlas en su correspondiente lugar, hay un pequeño galimatías negro salpicado de interruptores, botones y diales.