miércoles, 10 de mayo de 2017

1x12: Pasos muertos


Cuando Emilio trata de tragar saliva, nota que su garganta es como un trozo de cartón polvoriento. Es peor que en su primer remplazo en Irak. Sostiene el subfusil con una destreza mecánica, sin apartar la vista de la puerta metálica roja que tiene ante sí, a escasos metros. No le hace falta mirar para saber que Carlo y Hosni están tan tensos como él, listos para saltar como resortes en cuanto esta se abra. Respira profundamente y mira a Mónica y Jesús, que flanquean la puerta, la mano puesta en el mecanismo de apertura. En la otra mano, Jesús lleva el revólver reglamentario de la empresa de seguridad. Mónica lleva dos cuchillos de cocina al cinto y un hacha de bombero a la espalda. Aunque solo se conocen desde hace unas horas, ahora todos son conscientes de que dependen los unos de los otros para salir de esa con vida.

—¿Listos? —susurra ella.

Emilio asiente mientras se pasa una lengua de trapo por los labios. El chirrido de la puerta parece rasgar el espacio y el tiempo, rompiendo el profundo silencio que reina en las entrañas del centro comercial. Al abrirse las puertas, se extiende una oscuridad casi absoluta, más allá de la cual aguardan la muerte y un tesoro. Es la una o el otro. No habrá medias tintas.


***

«Hace dos años, hubo una serie de asaltos de “aluniceros” que se ensañaron con el almacén central de este centro comercial. No habían terminado de reparar los accesos, cuando volvían al asalto para llevarse lo que no habían podido cargar la vez anterior. Iban directos a los teléfonos móviles y las consolas con precisión militar. De hecho, no me extrañaría que alguno de ellos, si no todos, fuese algún exsoldado yugoslavo de esos que salían en la tele. Ni la vigilancia redoblada, ni las medidas disuasorias, como bolardos, pudieron con ellos. Siempre encontraban la forma de entrar.

La dirección del centro comercial se dejó una pasta en la renovación de los sistemas de seguridad del almacén, especialmente una puerta de acero templado de 35 centímetros de espesor que ni las cajas de los bancos, oye. Esa puerta tiene un cierre magnético que se abre con dos llaves que deben usarse simultáneamente. Las llaves estaban monitorizadas mediante GPS con un recorrido preestablecido. Si el usuario se salía de este, la tarjeta quedaba automáticamente anulada. Afortunadamente, tenemos una de las tarjetas. Aquí la tenéis.

El almacén quedó sellado el mismo día que todo se fue al garete… Con todo lo que tenía dentro intacto. Estamos hablando de alimentos imperecederos al vacío, herramientas, ropa y cualquier cosa que se vendiese en este centro. Ahí dentro hay para que vuestra gente y la mía subsista durante meses, si no un año entero.

Mirad el último inventario de entrada de mercancía…

Bien, el problema es que no tenemos la otra llave. Ahora llega la típica encrucijada de la buena y la mala noticia. La buena noticia es que sabemos dónde está la otra llave.

La mala…

Bajo el centro comercial hay un inmenso aparcamiento subterráneo con capacidad para más de mil plazas. En el centro del aparcamiento hay una garita. Dentro de la garita está Sergio, o lo que quede de él. Sergio es quien tenía la otra llave cuando la gente empezó a devorarse entre sí. Lo vi encerrarse en la garita central antes de esta fuera engullida por una masa de muertos que se lo querían comer. No pude hacer nada y salí por patas pegando tiros a diestro y siniestro. El resto es historia…

Lo que sabemos: aunque hace mucho que no oímos nada en los subsótanos, es probable que aún queden bichos de esos. Los generadores no nos dan para activar la energía allí, por lo que la oscuridad es casi total a cualquier hora. La garita está en el centro. Que sepamos, el metal y el cristal no cobra vida…

Lo que no sabemos: cuántos bichos andantes hay en total, si están en letargo o no. No sabemos si Sergio está revivido o si ha acabado tan mal que no quede nada de él. No sabemos si la masa asesina logró forzar la garita. En ese caso, es probable que Sergio ande por ahí de paseo y encontrar la llave pase de ser casi imposible a imposible del todo.

Lo que hay que hacer: bajar en dos grupos. Uno se encarga de acercarse a la garita y el otro vigila el perímetro. Si hay bichos, disponer de ellos en silencio. Si salen más bichos, disponer de ellos de cualquier manera. Lo suyo sería distraerlos haciendo ruido para que vayan en otra dirección. Entramos en la garita como sea, si Sergio ha tenido el detalle de no moverse de allí, le quitamos la llave y salimos por patas hasta el acceso al centro comercial. “Chupao”, vaya.»

La losa de silencio  se dejó caer en la pequeña oficina de administración con todo su peso, inmisericorde.

—¿Soy el único que piensa que habríamos tenido más opciones si no nos hubiesen rescatado? La virgen… —Carlo fue el primero en respirar.

Sus compañeros se encogieron de hombros ante la expresión de incredulidad de Jesús. Era como si dudasen ante el mejor trato que les pudiera ofrecer ese mundo.

—Con el debido respeto —terció Hosni—, no os conocemos. Agradecemos mucho que nos hayáis sacado de ese atolladero, pero media hora de conversación no me motiva a salvar el pellejo por los pelos para volver a ponerlo en la parrilla. ¿Cómo sabemos que esa mercancía está realmente ahí?

—Está ahí, no lo dudes —respondió Mónica con la frente rígida—. Y la mejor garantía que os podemos ofrecer es que vamos a arriesgar el pellejo tanto como vosotros.

—¿Es que no tenéis más gente aquí que pueda ayudaros? —Insistió Hosni con cara de estar oliendo a podrido.

Mónica bajó la cabeza, apoyando las manos sobre la mesa donde estaba desplegado el plano de los subsótanos y el registro de entrada.

—Nadie que pueda hacer esto como los que estamos aquí. Bueno, quizá salvo Pedro. No te ofendas, Pedro.

Pedro se encogió de hombros sin decir nada.

—¿Y si nos negamos? —aventuró Emilio con mirada grave. Observaba los planos y solo veía focos de problemas, habida cuenta todo lo que tenían en contra: poca luz, desconocimiento del terreno y de sus potenciales socios, falta de información sobre la presencia de pellejos, solo por mencionar algunos inconvenientes—. Sabes que esto es un imposible, ¿verdad?

—Situaciones desesperadas… Si os negáis no tengo modo de obligaros ¬admitió Mónica, resoplando—. Para ser sincera, confiaba en apelar a vuestra codicia para motivaros.

—¿Qué es tan desesperado? —intervino Hosni, curioso—. ¿Es que no tenéis bastantes suministros? Hemos visto bastante mercancía por los pasillos.

Mónica intercambió miradas con sus compañeros. Jesús asintió imperceptiblemente y Pedro volvió a encogerse de hombros. Lo suyo era todo carisma, pensó Carlo.

—Nos faltan medicinas —dijo Mónica, frotándose la frente, como si le doliera la cabeza y no tuviese un Ibuprofeno a mano—. Las necesitamos… Mucho.

«Lástima», pensó Emilio. «Si no consiguen seducirnos con la codicia, lo intentarán con la lástima». Se imaginó que, visto desde fuera, su grupo apestaba a empatía. No le gustó. No porque no fuera verdad, sino porque denotaba una debilidad. En este mundo había que tomar decisiones difíciles para sobrevivir, y eso pasaba por no atender las necesidades de quien no fuera del grupo. Pero mientras pensaba, Hosni volvió a adelantársele.

—¿Quién necesita medicinas? —Emilio miró al palestino y vio en su cara un cartel luminoso de esa debilidad que él tanto se afanaba en ocultar. «No, joder.»

—Está bien —suspiró Mónica—. Nuestro grupo es mayor de lo que veis aquí. Están en otra zona del complejo. No sabíamos si podíamos fiarnos de vosotros…

—¿Y ahora sí? —saltó Emilio, consciente de que Hosni le iba a poner las cosas más difíciles si no mantenía la iniciativa del diálogo—. Podríamos aprovechar que nos habéis devuelto nuestras cosas para mataros y volver más tarde con más gente para saquear ese almacén.

Mónica entrecerró los ojos.

—No lo habrías dicho si de verdad quisieras hacerlo.

—¿Quién? —insistió Hosni cuando Emilio iba a abrir la boca para replicar.

—Eso es lo de menos. Necesitamos abrir esa condenada puerta y recuperar los antibióticos que almacenaba la farmacia que habéis visto al entrar.

—Si no somos sinceros los unos con los otros, no nos podemos ayudar. —Hosni se apartó de la pared en la que estaba apoyado y señaló a Mónica y los suyos con un dedo. Cuando se le metía una idea en la cabeza, se le notaba más el acento árabe.

—Hosni… —trató de terciar Emilio. Carlo se mantuvo deliberadamente en silencio.

—No —dijo el palestino—. La palabrería no vale nada si no se ponen las cartas sobre la mesa.

—Te he dicho… —inició Mónica, pero alguien la interrumpió desde el fondo de la estancia.

—¡Mi hermana! Son para mi hermana, que no se tiene del dolor —restalló Pedro, el rostro enrojecido, no sabían muy bien si por la vergüenza de hablar en público o porque anidaba todo un carácter bajo ese aspecto de pusilánime—. Tiene siete años, no sabemos nada de nuestros padres y somos lo único que nos queda el uno al otro. Son para ella y para el resto de la gente. ¡No hay más! Espero que las cartas te valgan, porque no tengo otras.

Silencio. Mónica fue la primera en romperlo, tras unos segundos.

—La hermana de Pedro tiene una infección de orina. El dolor y la fiebre son insoportables y necesitamos las medicinas para que al menos le baje la infección.

—¿Te importa que hable con mi gente un momento? —solicitó Emilio.

Mónica respondió afirmativamente con un gesto de manos en alto. Salió de la oficina, seguida por un Jesús cariacontecido y un Pedro que había vuelto a su crisálida, aunque podía volver a salir en cualquier momento.

—Ni se te ocurra —lanzó Emilio, mirando directamente a los ojos de Hosni en cuanto se cerró la puerta de la oficina. Hablaba al límite del susurro.

—Sé lo que me vas a decir —repuso el otro—, pero creo que podemos sacar algo de aquí. Algo bueno.

—¿Estás pensando en el botín o en caerle bien a la gente? —preguntó Carlo con media sonrisa y recibiendo por respuesta una mirada afilada por parte del otro.

—No es asunto nuestro ¬—dijo Emilio—. No hemos venido para esto. Nos vamos a casa ya.

—Tampoco tendríamos que haber seguido hasta el centro y aquí estamos —protestó Hosni, tratando de contener también su voz—. Ya ves. En esto consiste nuestra vida ahora: en buscar oportunidades y aprovecharlas. ¡Espera! Déjame acabar. Tal como yo lo veo, aquí podemos obtener un botín que al barrio le vendrá bien y entablar buenas relaciones con otra comunidad. ¡Alguna vez tenía que pasar!

—El peligro es demasiado alto. Por lo que a mí respecta, es un suicidio. Además, en el barrio se van a preocupar. Ya llegamos tarde. No queremos que se preocupen y hagan algo de lo que todos nos arrepintamos luego.

Emilio tenía los músculos del cuello tensos y la mandíbula apretada.

—Bueno —intervino Carlo—, Tomás y Anton han vuelto con la noticia, y el matón serbio ese te ha dado doce horas, ¿no? Pues tenemos tiempo para prepararlo.

Emilio se queda mirando al italiano con los ojos muy abiertos por la incredulidad.

—Pero ¿no decías que te parecía una idea del culo?

—Sí, y lo sigo pensando —admitió Carlo con su sonrisa de embaucador—, pero nunca dije que no me fuese a apuntar. Aquí Hosni tiene un punto: comida, equipamiento, medicinas. Solo imagina la cara que se les va a aquedar a todos. A la doctorcita con sus medicinas nuevas, a Johan con herramientas o lo que sea que le pone cachondo…

—Si lo que pone el listado es cierto, el riesgo  merece la pena. —Hosni se siente más fuerte con el respaldo de Carlo. Es consciente de que Emilio tiene su opinión de recolector avezado muy en cuenta.

—Tú lo has dicho: «si» —objeta Emilio—. No sabemos en qué estado estará, o si lo que hay dentro es peor de lo que dejamos fuera. Demasiadas incógnitas. Y no me acabo de fiar de esta gente…

Hosni se queda mirando al exlegionario lleno de determinación.

—Emilio, tenemos que ser racionales —dijo el palestino, remarcando sus palabras con pequeño puñetazos en la mesa—. Sé que no te fías de la humanidad. Yo estaba allí ese día, recuérdalo. Si esos mamones no hubiesen pasado de largo, Raúl y Adela seguirían con nosotros. Todos los echamos de menos, pero no podemos permitir que esas cosas nos nublen el juicio. Ahora somos nosotros los que no debemos pasar de largo. Podemos ayudarnos a ayudar a otros—. Rodeó la mesa y lo cogió por los brazos—. Tú, más que nadie, sabes lo que es perder compañeros en el campo de batalla, pero eso no puede afectar a la misión.

Emilio se sintió asediado por los recuerdos. Recuerdos entremezclados de vecinos del barrio convertidos en compañeros de armas sin uniforme, y las imágenes compañeros de armas uniformados tirados en algún desierto lejano. Había visto tanto, que a los cuarenta y cinco ya se sentía anciano; con más razón ahora. Pero Hosni tenía razón en algo: la pérdida o el temor a esta no podía influir en las buenas decisiones de campo. El barrio gastaba más de lo que recuperaba en las calles, y aunque Rosa no hacía de ello una montaña, Emilio sabía que era lo que más le preocupaba. Un golpe de suerte en ese almacén podría permitirles vivir tranquilos unos días más. Puede que semanas.

—Diga lo que diga, vas a hacerlo, ¿verdad? —Preguntó el veterano a Hosni con la expresión más relajada.

No hizo falta que respondiera. Su mirada y la de Carlo lo decían todo. No iba a permitir que sus amigos fuesen solos a la boca del lobo, y en cierto modo sabía que ellos pensaban lo mismo. Su abnegación por sus compañeros se vio ligeramente punzada por la sensación de chantaje emocional que conllevaba. Algún día lo hablaría con Hosni.

—Está bien —prosiguió al cabo del rato—. Pero a la mínima complicación, desistimos. Muertos no le hacemos ningún favor al barrio. Y si cae bronca de Rosa —señaló a los dos— os la coméis vosotros.

Sus compañeros asintieron, sonrientes. Una cosa debía admitir Emilio: a pocos soldados profesionales había visto afrontar la adversidad con tanto entusiasmo. Solo esperaba que eso no jugase en su contra algún día.

Cuando volvieron a reunirse con Mónica y los suyos, Emilio fue directo al grano.

—Os ayudaremos, pero lo haremos a nuestra manera. Dos condiciones: si veo que las cosas están muy mal, nos retiramos y ya veremos. Y la mitad de lo que haya dentro, para nosotros.

—¿La mitad? —Jesús arquea las cejas—. Cómo te pasas, ¿no?

—Si el riesgo va a pachas, el premio va a pachas —dice Hosni encogiéndose de hombros.

—Pero ¿cómo lo vas a llevar, quillo?

—Es un parking, ¿no? Hay coches de sobra —sonríe Carlo. 

—Venga, hay que trazar un plan —zanja Emilio, volviendo a los planos de la mesa.

***

La luz del pasillo se proyecta temerosa hacia la negrura del aparcamiento subterráneo dibujando las siluetas de coches cubiertos de una densa capa de polvo que oculta sus colores. Muchos están aparcados como el día en que sus dueños los dejaron para, quién sabe, pasar un día ocioso en un centro comercial. Nunca volvieron a por ellos. Pero no todos están aparcados. De hecho, todas las calles del aparcamiento están atestadas de vehículos entrecruzados, algunos con muestras de haber chocado entre sí. Puertas abiertas, lunas rotas, ventanillas bajadas. Un caos de metal y ruedas, un eco cristalizado de la agitación y el pavor de los que intentaban salir con sus coches de la trampa mortal en la que se había convertido aquel lugar.

Emilio da unos tímidos pasos hacia el acceso apuntando al frente con el subfusil que le ha dejado Anton. Todo parece tranquilo. Se asoma, mira en todas direcciones iluminando con la linterna montada en el arma. No se perciben movimientos, y sin embargo…

Y sin embargo…

—¿Qué es eso que suena? —pregunta Carlo, arrugando el gesto.

Es un ruido persistente, uniforme, de fondo, casi imperceptible. Fsss, fsss, fsss.

—Son pasos —dice Mónica—. Los muertos deambulando por el recinto.

Fsss, fsss, fsss.

—Bueno —dice Carlo con sonrisa abatida—. Al menos los oiremos venir.

—Algo es algo —musita Emilio, tratando de ahuyentar el pensamiento de que ha sido una mala idea.

—Y el optimista era yo, ¿eh, Mónica? —se oye la voz de Jesús de fondo, con su dulzón acento andaluz que parece extrañamente fuera de lugar en media del tenebroso panorama.

Fsss, fsss, fsss.

4 comentarios:

  1. Hay un ¿ que se te ha escapado en la frase "Espero que las cartas te valgan..."

    Luego, me ha costado un pelín localizar en el tiempo las partes del relato y quizás lo que más me ha descolocado ha sido la letra itálica.

    Por lo demás, el relato presenta una situación doblemente tensa (entre grupos y por objetivos) y la narración me ha parecido acorde con lo que se quiere transmitir.

    Seguimos leyendo...

    PD: Espero no ser yo el dueño de la segunda llave magnética XD

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    1. Corregido el fallo. ¡Gracias!

      Bueno, estoy experimentando con el formato y los flashbacks. Todo lo narrado en pasado es, obviamente, pasado. Todo lo narrado en presente es lo que ocurre en la línea narrativa principal.

      Las cursivas representan una especie de voz en off de un monólogo prolongado. Me parecía innecesario usar el formato de guiones porque no hay interpelaciones y quería experimentar.

      Espero que así lo veas más claro. Si resulta que descoloca a más gente que a menos, lo dejaré de hacer.

      Gracias por los comentarios ;)

      PD ¡Yo también lo espero! XD

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  2. Me gusta el ritmo y por donde va la historia. Va cogiendo consistencia según va avanzando la historia, esperemos a ver qué pasa con el grupo.

    Te falta una "e" en reemplazo: "Es peor que en su primer remplazo en Irak."

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    1. Gracias barad ;)

      ¿Entonces no te ha molestado o desconcertado el formato de vaivén entre tiempos narrativos y el bloque en cursiva a modo de voz en off?

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